Poesía-Paleo sobre el ALCA de Serge Airoldi

Poesía-Paélo, de Maxime Morel de Serge Airoldi

El invento de Morel

Nos estamos moviendo hacia un nuevo territorio. El de la editorial de Biarritz Exopotamie. Tres títulos en el catálogo. Nombre curioso, ¿no? Es un préstamo de Boris Vian cuyo Otoño en Beijing , recordemos, es la historia de un hombre que pierde su autobús y parte hacia el desierto –en Exopotamia– para construir una línea de ferrocarril. Territorio nuevamente nuevo, el que recorre el autor –desconocido para nosotros, Maxime Morel, nacido en París, profesor de la Escuela Superior de Arte del País Vasco– de este texto singular con un título que no cose nada en hilo blanco: Poesía- Paleo.

Leamos pues este primer libro de poesía, tal y como anuncia su editor. Es una extrañeza, un placer por lo extraño que revela al ritmo de motivos, itinerarios, maravillas, leyendas, trances y tantos otros descubrimientos inquietantes. Su pradera es lo universal menos las murallas, una localidad revisitada llamada País Vasco que el poeta barbudo sobrevuela y busca el jugo, el sentido, el fin del fin. Este socoburu como dicen por allá.

Recordamos La invención de Morel , también una extraña novela escrita en 1940 por el argentino Alfonso Bioy Casares. Representa el encuentro de un hombre y una isla desierta. Excepto que la isla no está desierta sino poblada por espectros inventados por una máquina de ilusión. El otro Morel , el nuestro, a su manera, también cuestiona los vórtices invisibles y la realidad de un paisaje y las puestas en escena del tiempo y las geografías.

“Maxime Morel apela al Adour y a las mitologías, sacude la corriente vascoatlántica, la Nive, y una y otra vez este Adour que va a Escocia”.

Al estilo de un artista que haría un collage para obtener más detalles que una línea normal y esperada, enteramente entendida por todos menos fantasmagóricos, Maxime Morel solicita el Adour y las mitologías, sacude la corriente vascoatlántica, la Nive, una y otra vez. De nuevo este Adour que va a Escocia. Se parece a lo que escribió Bernard Manciet en no sé qué texto de poesía superpoderoso. Morel también llama a la puerta de la cueva de Oxocelhaya. Celebra el caballito más pequeño del mundo. Invoca el arte rupestre –Lascaux, Pech-Merle, Chauvet, sólo falta Pair-non-Pair–, canta Chantaco y se pierde en Garros, este estanque es un vestigio del antiguo lecho del Adour. Dialoga con la Concha andante, el Gallo atrevido, el Caballo pacificador. Como el río, toma los caminos desaparecidos y encuentra la primera canción de los temas para contar la hora de Dreams en compañía de Emily Dickinson: ¿quién se quejaría? –, de Hugo Von Hofmannsthal, Marina Tsvetaeva y otros poetas que no conocemos, pero cuyo coro compartido forma una ecolalia muy lubricante en la superficie de las aguas.

A pie, a caballo, en coche, como solían ir algunos al mercado de Brive-la-Gaillarde, el inventor Morel recorre este País Vasco al que no le faltan símbolos, ficciones, lugares donde nunca tiene sentido. A su manera, el inventor - como indica esta función - descubre los vínculos que se tejen entre los paisajes, que se anudan entre las hierbas y que poco a poco dibujan, somos testigos atentos, una cartografía que Michel Ohl – el geodesta patafísico de Onessa , comprendan, en rusófilo “Ohlandish”, él era de Onesse-et-Laharie en Haute-Lande – seguramente habría aplaudido.

“En definitiva: todo es aprendizaje, todo es señal, todo es pista, cicatriz, augurio”.

En esta madeja, menos geopoesía que poesía de lo antiguo, de este antiguo ultramoderno –siempre que sepamos desecharla en nuestro entorno más banal, más incierto– que subyace al Gran Canto, al Bello Silencio y en definitiva Todo lo que ocurre en este mundo, Maxime Morel teje su red, provoca a los buitres, se preocupa por los olores de la química, invoca la lluvia –una vez más pensamos en este gran invitado de la poesía de Manciet– para que "transforme". .” Además, todo está escrito en la fiesta paleográfica de Morel: los guijarros que salpicaban la hierba, el baile de los camiones en la carretera, los miles de millones de caricias de las alas de los pájaros, el cuello de los fortines en la duna, todavía el Adour, que fluye con avidez. en el Mar Grana. Este Adour, cuya maravillosa biografía moreliana indica que el río está "acompañado de riberas que terminan en diques". Cada lugar es un libro: lo sabemos desde Andrea Zanzotto. Cada megalito vasco, cada pliegue, pliegue, dobladillo de flysch, cada modernidad constantemente renovada a la luz de lo que un día aprendimos es una indicación para continuar el camino. Una terminal tras una terminal. En definitiva: todo es aprendizaje, todo es señal, todo es pista, cicatriz, augurio. Todo es lectura/escritura/ escritura.

A estos mensajes, para matizar un poco, sólo les falta el aliento brutal del Zezengorri, este toro rojo legendario, y la Irrintzina, este grito de los Tiempos y de los Ancestros, para que el cuadro sea definitivamente ardiente. Pero ya está muy completo. Bastante sorprendente. Y eso debería ser suficiente para alegrarnos.

Artículo publicado en el sitio web del ALCA (Prólogo) el 18 de marzo de 2021:
https://prologue-alca.fr/fr/actualites/l-invention-de-morel

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