Una gira mundial con Marie Lo Pinto

Marie Lo Pinto comió buñuelos de fugu en Tokio y al día siguiente, sashimi de ballena en otro restaurante: un restaurante pequeñísimo escondido en el sótano de una torre de 44 pisos.

En un hotel de Kioto, olvidó toda una parte de su guardarropa antes de tomar el avión para ir desde el País del Sol Naciente al otro lado del Pacífico; en Estados Unidos y luego en Canadá, donde le hubiera gustado ver ballenas vivas en lugar de rodajas muy finas en un plato frío.

Montó en la noria de un parque de atracciones de Florida, en una montaña rusa en Bruselas donde también comía patatas fritas, montó en mula en el Atlas, en Marruecos, y en camello en el desierto de Argelia (precisa de paso que prefiere caminar al lado de un caballo que sobre su lomo).

A pesar de las apariencias, no es una gran aventurera ni una experta en geografía, no habla japonés ni chino y, a veces, el francés es como una lengua extranjera para ella.

Ni siquiera sabe los nombres de todas las capitales europeas, pero recuerda que en Viena, una tarde de noviembre, fue en un carruaje tirado por caballos sobre la nieve desde la ópera hasta el despacho de Sigmund Freud. Ella no había concertado una cita; se conocieron de manera diferente.

Creció en una ciudad a las afueras de Nimes, aprendió a leer en una escuela que ya no existe, vivió en los barrios del norte de Marsella donde trabajó como psicóloga clínica (después de bailar y viajar, el psicoanálisis le enseñó otros movimientos).

Hoy reside entre Ardèche y Exopotamia , publica textos en revistas y en sitios de poesía como Dissonances o Sitaudis , viaja la mayor parte del tiempo sola y sin diligencias, como una madre que va tranquilamente a buscar a sus hijos al colegio.

Fugas es su primer libro. Fue escrito en Saint-André, en una pequeña casa situada muy cerca de las torres de Castellane, del Gran Litoral, de L'Estaque y del puerto autónomo.